GRANPLIV

El mensaje de bienvenida a nuestro espacio es de afecto y de cariño con deseos infinitos de servir dentro de la mayor fortaleza moral e intelectual a todos los lectores en general y especial-mente a quienes vienen a navegar entre las páginas de antiguos, viejos, novedosos y hasta los más recientes libros de todas las áreas de humanismo.
Previamente nos presentamos con un alarde al transcribir un mensaje que el 12 de diciembre de 1952 dirigiera en Madrid a editores, distribuidores y vendedores de libros, un médico tan importante en su especialidad, como en el ensayo, la biografía y la crítica del arte, el gran español Gregorio Marañón (1887-1960).
Elogió al editor, al tipógrafo, al linotipista, al diagramador, al corrector de pruebas, al encuadernador, al distribuidor y al ... (no, mejor leamos dicha oración y luego hablaremos de nuestra página)

ENVIDIA Y ALABANZA DEL LIBRERO

“¿Quien no ha sentido alguna vez la más noble y profunda envidia, en la tienda de un librero? Hablo sobre todo del librero por vocación, el que ha hecho de su tienda su biblioteca, o la tienda de su biblioteca y vive entre los estantes, valorando amorosamente cada volumen y cuidándolo como a los hijos de sus entrañas. Aquí hay muchos libreros que han tenido trato conmigo, que conocen mis aficiones y las excitan con sus capciosas ofertas; y me han visto entrar en su tienda y serenar mis afanes con sólo acariciar los libros codiciados. Estoy seguro de que ni uno solo podrá decir que he discutido jamás el precio del volumen que deseaba, porque siempre, ese precio me parecía poco, pensando en la tristeza que tendría su dueño al desprenderse del ejemplar y en la alegría con que yo lo tomaba entre mis manos trémulas”.

“El librero, piensa uno, es el prototipo de la felicidad. Pertenece a una de las raras categorías de mortales en los que la divina maldición de ganar el pan con esfuerzo y sudor, se ha convertido en fruición. Hasta la emigración de sus amados libros está compensada con el consuelo de saber que su futuro destino será, probablemente, egregio, instruyendo o deleitando a gentes desconocidas y reposando, acaso en los Palacios más insignes. Escrito está en un periódico de los Estados Unidos, en una interviú que tuvieron la ocurrencia de hacerme, que, al preguntarme el periodista lo que yo hubiera querido ser, de no haber sido médico, contesté sin vacilar: librero, librero de libros raros. Oficio que tiene todas las delicadezas de una elevada artesanía y todas las complicaciones de una finísima ciencia. Sin contar con otras ventajas de orden material, como el pasaporte para entrar donde los demás no entran, pues el librero es recibido en los palacios con dignidad de excepción; sin contar con la ausencia de afanes angustiosos del librero, porque el ímpetu de la vida pasa ante su tienda y la respeta; sin contar, en fin, con el disfrute permanente de ese misterioso influjo que emana de los libros y constituye una de las más eficaces salvaguardias para la salud. Las estadísticas de las grandes Compañías de Seguros, en América, colocan al gremio de los libreros a la cabeza de las listas de longevidad. Eso del polvo de los siglos no es una figura retórica; existe y se sospecha hoy que es polvo sagrado que el tiempo deposita sobre los volúmenes, al contacto de otros efluvios que emanan de sus hojas, da lugar por reacciones ignoradas, a una como penicilina, de sutilísima acción, que defiende al organismo del librero de los peligros, de la vida sedentaria, de la falta de luz, del humo del tabaco; y le permite una milagrosa pervivencia”.

“Pero aunque el librero no fuera tan excelente como es, aunque, en verdad, algunas veces no sea como yo lo he pintado, todo se le perdonaría por el hecho de poner su ingenio y su esfuerzo, y si es preciso sus mañas, en la difusión de la obra maestra del genio humano, es decir, del libro”.

viernes, 17 de abril de 2009

LOS COMERCIANTES DE CARACAS Y LA ORDENANZA DE 29 DE NOVIEMBRE DE 1852 SOBRE AFERICION DE PESOS Y MEDIDAS (fragmento)

Gobierno Superior de la provincia. – Caracas abril 1º de 1853.

Vista la solicitud de los comerciantes de esta plaza, pidiendo que este Gobierno declare que el impuesto de ocho reales que se manda satisfacer por el artículo 2º y su parágrafo único de la ordenanza de 29 de noviembre último, sobre la aferición de pesas y medidas, no debe entenderse sobre las cosas ú objetos que puedan pesarse, sino sólo por el instrumento o máquina que se usen.

Fúndanse los peticionarios en la oscuridad de la oscuridad de la ordenanza, y el modo gravoso y absurdo con que los rematadores aspiran a cobrar el derecho, desenvolviendo tan ingentes razones, que convencen de la justicia que los asiste para pedir a la Gobernación una explicación clara y terminante de la referida ordenanza, en la parte motiva de la solicitud.

No fue ni ha podido ser, sin duda, la mira del legislador provincial, establecer un ramo de especulación en el hecho de hacer aferir las pesas y medidas, sino más bien la de ofrecer una garantía al público consumidor, autorizándole para celebrar sus transacciones por medio de instrumentos arreglados y uniformes, de conformidad con la ley. Esto no obstante, la Gobernación se ha hecho un deber de adquirir con la mayor prolijidad los datos e informes de personas que pudiesen ilustrar más su juicio, consultando a la vez el espíritu y la letra de la ordenanza en cuestión, a fin de librar un fallo que armonice su mandato con los intereses del público. Recogidos estos datos y unidos a la convicción que tiene este Gobierno, de que es indispensable poner término a los abusos que se cometen a la sombra de una disposición mal explicada, es ya la oportunidad de dar su resolución, y por tanto, decreta: que desde esta fecha cesen de cobrarse los derechos que por impuesto sobre aferición de pesas y medidas exigen los rematadores, no por el instrumento o máquina, como debiera ser, sino por la cantidad de cosas u objetos que puedan pesarse o medirse; porque no estando clara y al alcance de todos la disposición en que se funda el derecho de cobrar el impuesto, esto conduce a autorizar el abuso de que se quejan los solicitantes, con grave perjuicio de sus intereses y de los del comercio de la provincia. Y estando actualmente reunido el Soberano Congreso de la Nación, elévese a su conocimiento esta representación original, para que en uso de sus facultades constitucionales y legales, se sirva desaprobar la enunciada ordenanza en todas sus partes, por perniciosa y contraria a la misma Constitución, que preceptúa en su artículo 208: “Que ninguno podrá ser privado de la menor porción de su propiedad, ni será aplicada a ningún uso público sin su consentimiento o el del Congreso, &.”, porque si hubiesen de continuar los efectos de la mencionada ordenanza, es evidente que ellos realizarían una verdadera expropiación de una considerable parte de los intereses individuales de este comercio. Y por cuanto puede haber sucedido que algunos industriales hayan sufrido la exacción de derechos indebidamente cobrados por la aferción de sus pesas y medidas, se ordena, además, que los rematadores de este impuesto restituyan inmediatamente lo que hubieren percibido fuera de los ocho reales, por aferir cada juego de pesas y medidas, aunque excedan de una arroba. Comuníquese esta resolución a los Sres. Jefes Políticos de los cantones de la provincia, para que dicten las órdenes más perentorias a su más exacto cumplimiento, e instrúyase a los interesados, que deben consignar en este Gobierno un pliego de papel del sello quinto para inutilizarlo.- Echeandia.- Alfonso, Secretario
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Es copia exacta.- Eugenio Alfonzo, Secretario

Caracas, Imprenta de Carreño Hermanos.
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Rafael Ramón Castellanos
HISTORIA DE LA PULPERÍA EN VENEZUELA
Editorial CABILDO C.A.
Caracas, 1989
ISBN: 9803002325
p. 265-266

REGLAMENTO PARA EL ABASTO PÚBLICO

Formado por el I. Consejo Municipal de este Canton de Caracas.

El Concejo Municipal de este canton, en uso de sus atribuciones legales, y considerando que la mayoría de la habitantes de él es pobre, y no puede proveerse de los alimentos necesarios sino por medio del expendio detallado de todos los artículos y efectos comestibles, en los lugares públicos destinados a tal fin, y que es un deber del Concejo remover todos los obstáculos que se opongan a la comodidad y salubridad del canton sobre que ejerce su potestad legal; consultando también las garantías del propietario, resuelve:

Art. 1º Los celadores de muebles están autorizados para impedir que los mercaderes de frutos y comestibles en esta plaza, pasen a bordo de las embarcaciones procedentes de ámbas costas, antes que sus patrones hayan descargado y puesto en alguno de los muelles los frutos y provisiones que conduzcan, aún cuando los dichos mercaderes lleven licencia escrita de la Jefatura Política, que nunca podrá darla para ir a negociar los víveres del consumo a bordo de las embarcaciones que los conduzcan.

Art. 2 º En el caso de que los mercaderes dichos ú otras personas cualesquiera, obtengan licencia para ir a pasear, y abusando de ella, atracaren a las embarcaciones para hacer los negocios que se privan por la Jefatura, con sólo el dicho de dos testigos contestes, procederá a imponerles una multa que no baje de diez pesos ni exceda de cincuenta, o arrestado de tres a quince días, sin que contra su resolución quede recurso alguno.

Único. La misma pena que por el artículo anterior se impone a los negociantes que infrinjan el art. 1º, le será impuesta al bombotero que los conduzca.

Art. 3º Lo dispuesto en los artículos anteriores, no impide que el Diputado de abasto ejerza todas las funciones que le atribuye la ordenanza 6ª de policía urbana, tanto respecto al mercado público de esta plaza como a los muelles.

Art. 4º Así los celadores expresados en el art. 1º, como el Diputado de abasto, obligará a los capitanes o patrones de los buques mayores u menores que hagan el comercio de cabotaje, con tal que conduzcan frutos o víveres de consumo, a expender estos, durante cuatro horas cada día, en la plaza del mercado o en el muelle denominado el Viejo, detallando al público, y sin que durante dichas horas puedan vender a un solo individuo más de dos fanegas de maíz, doscientos plátanos, dos bagajes de casabe, un ciento de peces mayores salados, y un quintal de pescado de fondo, y en igual proporción todos los demás frutos y comestibles del consumo. La contravención a este artículo será penada con la multa de uno a cinco pesos, o veinte y cuatro horas de arresto, que impondrán el Jefe Político o el Diputado de abasto.

Art. 5º Tampoco permitirá el Diputado de abasto que en la plaza del mercado se vendan las verduras por cargas, medias cargas o cuartos de cargas, antes de las ocho de la mañana, pudiendo imponer a los contraventores; dando cuenta al Jefe Político como se previene en la ordenanza citada en el art. 3º.

Art. 7º El casabe y toda especie de víveres se expenderán precisamente en la plaza del mercado, al detal, hasta las ocho de las mañana. La contravención a este y al artículo anterior, será penada con la multa de ocho a veinte reales, o arresto de veinte y cuatro horas, que impondrá el Jefe Político o el Diputado de abasto.

Art. 8º El presente reglamento será puesto en ejecución tan pronto como su Señoría el Gobernador de la provincia, con quien se consultará, le haya prestado su aprobación; y llegado el caso, se harán imprimir cien ejemplares, se publicará por bando en los lugares acostumbrados, y se fijará en cuatro de los más públicos de esta villa, designados por el Sr. Jefe Político del canton, remitiéndose uno o dos ejemplares a las parroquias con igual fin.

Art. 9º Se deroga cualquier acuerdo anterior que exista sobre el particular.

La Guaira abril 25 de 1853.

El Jefe Político, Pedro J. Bosque

Concejales – José Manuel Torres – José María Aveledo – Pablo Solce – Carlos Cardona.
El Síndico Procurador, Lucas Álvarez
El Secretario, José F. Torralva.

Gobierno de la Provincia – Caracas abril 30 de 1853
Apruébese el anterior reglamento.

Manuel María Echeandía.

El Secretario, Eugenio Alfonso
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Rafael Ramón Castellanos
HISTORIA DE LA PULPERÍA EN VENEZUELA
Editorial CABILDO C.A.
Caracas, 1989
ISBN: 9803002325
p. 261-263

LA PULPERIA DE DON EUGENIO MONTILLA ENTRE 1938 Y 1945 EN SANTA ANA DE TRUJILLO

Me quedó por siempre la clara impresión de la pulpería de don Eugenio Montilla, en la hermosa y vieja casa de El Alto, un lugar convergente y de encrucijada que ayer era camino para los que viajaban entre los vecindarios de La Loma, El Pie, La Laguneta y Santa Marta, en las cercanías de Santa Ana de Trujillo, y allí se detenían a platicar, a cerciorarse de los múltiples acontecimientos en diez leguas, o aún más, a la redonda; a averiguar el precio del quintal de café, o del litro de aguardiente patentado, que a veces, o casi siempre, se quedaba en el armario de rústica madera, porque el aguardiente zanjoreno –sin licencia- era no sólo más barato sino que hasta más bueno, cuando en realidad era más perjudicial al organismo, especialmente por los residuos de óxido de hierro que contiene, proveniente de los aparatos de destilación clandestina.

Allí se concentraba gente de todas partes, pues además el lugar tiene paisajes extraordinarios para otear los lejanos llanos de Monay, por el oeste, o los fértiles barbechos en la verde policromía de los distantes contornos de Carache.

En las tardes de los días de labor o durante sábados y domingos los hombres entraban al negocio a beber un buen trago o a oir al músico de la guitarra ancestral que interpretaba viejos cantos y aún canciones más recientes entonces. Cuando este se cansaba el pulpero activaba la vitrola de manigueta y la voz de Gardel, Caruzzo, Rodolfo Valentino, o cualquier maestro del cantejondo, de la polka, de la mazurca o del fox trox, contagiaba de más alegría el ambiente.

Algunos comentaban los acontecimientos más recientes en campos, conucos y barbechos; otros apostaban y se divertían en un juego en donde privaba la suerte, la agilidad del lanzador, y que la pesada bola de madera tocara, a más de veinte metros de distancia, algunos de los tres trozos también de madera denominados cheques con valores de 5, 7 y 12 puntos, pero si se lograba no sólo tumbar alguno de ellos sino impulsarlo por encima del matacho, un grueso tronco ubicado horizontalmente más atrás , entonces los valores se duplicaban a 10, 14 o “echar la mocha” que significaba 24 tantos.

Esto también daba oportunidad a las jugadas. Matipongo, por ejemplo, cuando el lanzador mantenía los puntos del lanzamiento para la apuesta siguiente en que rival jugar jugaría para superarlo si llevaba algo, o aún si no había hecho nada, lo que significaba que la pesada esfera había pasado en medio de dos de los trozos o cheques que, por cierto cuando los derribaba algún jugador, los colocaba de nuevo el garitero, un muchacho que tenía además que devolver el objeto rodante hacia el otro extremo, la salida, en donde pegada al piso de tierra había una tabla de casi dos metros de largo por veinte o treinta centímetros de ancho, por donde el jugador, obligatoriamente, tenía que hacer pasar la bola que iniciaba el recorrido, para que tomara impulso, lo que no sucedía si tocaba de impronto la tierra. Antes los apostadores se han movilizado, sacan monedas y las dispersan por el suelo. Entre las apuestas existe: Voy atrás y Suelto que es cuando el jugador puede recorrer hasta tres metros o más tomando impulso, pues lo contrario es con raya, limite sin salirse del terminal de la tabla hasta donde avanzar de prisa atendiendo siempre las recomendaciones del coime o director de las jugadas, y quien tenía el deber de garantizar el pago de las apuestas, por lo cual cobraba un porcentaje al ganador de acuerdo con el montante de las mismas.

Hubo jugadores tan extraordinarios como Nicolás Mejías quien era obligado a participar con un brazo amarrado y con la raya a corta distancia. Tenía una precisión imponderable (1).

Otro pormenor en esta pulpería era la gallera, donde las peleas de gallos enardecían los ánimos y las apuestas se hacían en pesos –cuatro bolívares cada uno- o en cuentas, calculando doce bolívares cada una de estas, por lo que se solía decir que apostar a la mitad de cuenta era dar doce bolívares por seis, y así sucesivamente. También se hacían con el fuerte –los cinco bolívares- y se oía decir, si el animal del voceador iba ganando, fuertes a bolívar, fuertes a real, fuertes medio, y hasta surgía lo inconcebible, fuerte a locha. En este caso el gallo del que hacía la oferta prácticamente ya había ganado y el del contrario se encontraba muy mal herido o muerto.

En la oportunidad en que terminaba cada desafío seguía el gran baile que habría de durar desde la noche del sábado, todo el domingo, y hasta bien entrada la tarde del lunes en algunas oportunidades. Pero esta diversión no interfería la otra, ni le menguaba importancia, pues entre pelea y pelea que siempre había una demora considerable para casar la pareja de animales contendores, amolarles las espuelas, carearlos, etc., uno que otro de los apostadores pasaba al salón “a mover el esqueleto”, como comúnmente se les oía decir.

En los alrededores de la pulpería merodeaban, al margen del negocio y de su dueño, los jugadores de dados: el que hacía un par de seis (dos senas) de cinco o de tres ganaba inmediatamente sin necesidad de lanzar el contario, pero si al vaciar el cubilete de cuero, le salía par de uno, de dos o de cuatro, perdía automáticamente. Los demás números no importaban, el meollo era ganar o perder, aunque privaba la mayor cobertura de suerte: par de seis mataba par de cincos y este al par de tres.

En las cercanías también había los pequeños vendedores que no tenían nada que ver con la pulpería, pero que necesitaban el visto bueno del pulpero para estas actividades; llevaban en bandejas, cestas o canastos, empanadas de carne o de caraotas, que los clientes consumían con el ají en leche que el vendedor cargaba en una botella; tortas de hígado de cerdo o de ajonjolí –planta de semilla oleaginosa que se usa como acompañamiento del pan y la arepa, respectivamente- conservas de coco, de cidra o toronja, de leche, hechas de papelón mezclado a altas temperaturas con el coco molido o con la toronja rallada. Para elaborarlas, las mujeres hervían para volver miel el papelón, luego le revolvían el aditivo, se mezclaba por algunos minutos con la paleta o paletón de madera y cuando la masa llegaba a punto, se vaciaba sobre una superficie plana, preferentemente una mesa, se aplanaba hasta adelgazarla a un espesor de seis u ocho milímetros, se fraccionaba con un cuchillo en porciones más o menos de cinco centímetros cuadrados. También ofrecían aliados, una golosina delicada, mezcla de azúcar con gelatina animal que se elabora en afanosa actividad para lograr un manjar exquisito.

En la pulpería de don Eugenio Montilla, había de todo: enlatados, pescado salado, carne seca, algunos medicamentos como Pildoras Ross, Sal de Fruta Enno, menjurjes para aliviar el dolor de muelas, parche poroso para curar los lumbagos y algunas otras dolencias, vermífugos para los parásitos, cuadernos y algunos libros de enseñanza elemental, especialmente de Urbanidad de Carreño y obras de Alejandro Dumas, de Salgari, de Zorrilla, de Campoamor, de Rubén Darío, de Amado Nervo y de Alfonsina Storni.

Las botellas con aguardiente en los tramos respectivamente nos llamaban la atención por aquello de lo que contenían dentro: ramas, raíces o frutas, lo que imponíale al trago sabores agradables y variados. Algunos pedían el palo de miche con ajenjo, o con frutilla, poleo, jengibre, perejil, berros, yerbabuena, eucalipto y malojillo, y para las damas, si alguna se atrevía a tanto un palo de miche con miel de abeja. Mas no faltaba el que prefería el guarapo fuerte elaborado con concha de piña fermentada, o la chicha que es cuanto nos sigue acercando al ancestro casi perdido cuando nos miramos en el espejo del lejano timoto-cuicas. Se expendía a la vez cerveza blanca o cerveza negra, llamada esta maltina y dizque con propiedades reconstituyentes y afrodisíacas, vino tinto por vasos, que venía en garrafas forradas de mimbre hermosamente tejido, o en damesanas que el pulpero colocaba sobre una base denominada rodete que elaboraban las mujeres con cascarón de tallo seco de cambur.

En otro sector del armario se colocaban los batidos, que son parecidos a los alfondoques, elaborados en los trapiches con miel de la caña cuando se solidifica suavizada con leche, anis en grano y ralladura de limón, con una contextura más blanda que la de la panela (2). Se saboreaba como golosina y había quienes lo masticaban bebiendo a la vez el bolón o café colocado, fuerte, sin azúcar, también denominado cerrero; otros lo comían con queso y algún pedazo de arepa recién desmontada del budare, plato liso de hierro o barro donde se asaba este sabroso pan de maíz.

Al lado del batido estaba el papelón, el muy fino era de un color amarillo claro y el más tosco, negruzco; pesaba más o menos una libra y media diez por trece centímetros. Atraía a las abejas a las que nadie molestaba y las que tampoco a nadie atacaban.

Otros productos de este ramo eran las ya referidas conservas de coco, etc., y la melcocha, fabricada de papelón cristalizado, después de hacerlo hervir para formar la miel y cuando esta llegaba a punto se echaba en la piedra de reposo para que manos femeninas la tomasen en las manos para batirla, estirándola, hasta que tomaba un color amarillo crema y entonces se elaborada en entorchados. No faltaban los caramelos, sin posible imitación, que fabricaba el hacendoso Ramón Lameda, pues ni en el pueblo, ni en el Estado, nadie ha podido darle el temple, la exacta fragilidad y el sabor a esos dulces de veinte centímetros de largo por una cuarta de pulgada de diámetro, que solamente en Santa Ana de Trujillo se saborean como manjar de príncipes.

Más arriba, en otro tramo estaban los enlatados: Salmoneta, Salmón, Sardinas Curberas, encurtidos, alguna que otra cajeta o “recipientes para el chimó, que eran labrados con parte de un cuerno, en forma redonda o rectangular, y si eran cónicas las llamaban cóngolos” (3).

En el departamento del armario correspondiente al queso, había arepas recién hechas, panes frescos, bizcochos, acemas, cucas, que no de otro nombre se les conocía, aunque después las identificaban como paledonias. Estos gratísimos bocados eran el amasijo nombre genérico para las preparaciones de diferentes especies de panes” (4), aunque se excluía de este género el majarete, una mazamorra solidificada que se vendía en pedazos y que llevaba por encima canela molida, o coco rallado.

El armario, tenia forma anaquelada en esta pulpería de don Eugenio Montilla, mientras que el mostrador era como una L invertida, con una compuerta que se abría hacia afuera y otra que se levantaba. En él se colocaban, a veces, latas de kerosene, algún saco lleno de sal en gránulos, machetes cola ‘e’ gallo, aperos con esribos, arzón y sudadero, que es lo que lleva la bestia debajo de la silla de montar o de la jamuga si eran para las de carga, a fin de evitarles lesiones en el lomo.

Entre las pesas sobresalía el medio almud, igual a un palito; con nueve kilos y doscientos gramos, la cuartilla y el cotejo, divisiones de la anterior. Por cierto que en ese aspecto jugaba un determinante papel la romana, “instrumento propio para pesar, compuesto de una palanca de primer grado de brazos muy desiguales, con el riel sobre el punto de apoyo y un pilón que se hace correr a lo largo del brazo mayor, donde se halla trazada la escala de los pesos hasta equilibrar el del cuerpo que se pesa, el cual se coloca en el extremo del brazo menor”. Lo más significativo de todo era el grueso cabestro de cocuiza, asido a una gruesa aldaba, siempre bamboleándose, del cual se colgaba aquella cuando se procedía a alguna operación respectiva.

Pero volvamos a nuestro inventario de la pulpería de don Eugenio Montilla, en donde había hasta “agua florida” y mota o magnolia, marca Sonrisa, polvos para el acicalamiento de damas. Al lado de los tabacos, los cigarrillos Casino, Bandera Roja, Capitolio, y York, y también Chamarretas, esas cobijas, especie de ponchos o ruanas andinas, con una abertura en todo el centro, por donde se introduce la cabeza y sirve de abrigo; eran de densa lanza y de dos colores apersogados: por un lado rojo y por el otro azul o negro.

Las pilas Everedy que se distinguían por un gatico negro como emblema no faltaban para la linterna que llamaban foco y se llevaba en un bolsillo trasero del pantalón. No faltaban tampoco las cajas de fósforos, que contenían cuarenta cada una, hechos de madera, las cuales en la parte superior obstentaban impresa de estatua del Libertador, de Talodini, que está en la Plaza Bolívar de Caracas y que por cierto en esos años de mi infancia, convocó a algún poeta burlón a escribir esta estrofa:

Si Bolívar existiera
no vendieran su retrato
en un precio tan barato
como está en la Fosforera;
lo venden como cualquiera
cupón de los cigarrillos.
Lo venden por un cuartillo
a un hombre de tanta fama!...
Y si alguno lo reclama
preso va para un Castillo.

No podía prescindirse allí de la venta del chimó, esa “pasta de tabaco y urao que mastican los campesinos. Una bola de mó, piden para comprarlo en las pulperías. Se vende en “bojotes” de a cuartillo, envuelto en hojas secas de maíz o de cambur. El consumidor refinado usa las cajetas y los cóngolos que son recipientes fabricados en cacho, y para tomarlo usan las pajuelas, especie de cucharilla de madera. El chimó Caribe y el Vencedor tenían un índice mucho mayor de tabaco, y el primero, disuelto en agua de cal, se usaba como insecticida para el cuidado de las plantas domésticas” (5).

Mas en un cuarto posterior de la pulpería –había dos o tres- don Eugenio Montilla tenía sus privacidades: una damesana verde ambar con miche mezclado con pequeños duraznos, otras frutillas y hasta hojas de laurel; un largo mandador o látigo, palo de madera fuerte, “con una cabulla o trozo de cuero atado en la punta” y el cual se usaba para arrear las bestias de carga, pegándoles en las ancas o haciéndolo crujir en el aire para que produjera un sonido estridente; una bolsa de fique con menudo o monedas de un centavo, una locha, medios y reales de plata; petacas o cestas tejidas de carrucillo, de cogollo o de palma moriche, o de cascarón de cambur; huevos, verduras, legumbres, los sombreros de cogollo, las cotizas o alpargatas de suela o de cocuiza y más tarde de caucho de neumático y de hilo tejido en vivos colores la capellada y la talonera; los cabestros o cabestros de cocuiza, la loza criolla en una artesanía nítida y hasta preciosa que traían de La Becerrera, al otro lado y muy arriba de la Quebrada de Santa Ana, las velas de sebo junto a las velas esteáricas, estas de a dos, de a cuatro y hasta de a ocho por paquete; el jabón de la tierra envuelto en cascarón; las cuajadas o suaves quesos caseros de a ocho por paquete, el salón o carne de chivo, seca y muy salada, y los jabones patentados: Las Llaves para lavar la ropa y cualquier tiesto y el Reuter, con muchas palabras francesas, para dejar fragancia en las manos o en todo el cuerpo.

Y la cola de pegar con aquel olor penetrante y agradable que seguía impregnado por días y semanas en las sillas y mesas que con ella pegada las partes el viejo carpintero Rafael Castellanos, el abuelo, quien gozaba siempre en cualquier pulpería del pueblo, el sabor de la orchata de ajonjolí.

Además no faltaba el almanaque de pliego, llamado de Rojas Hermanos, las esteras tejidas de nervio o vena de hoja de plátano o cambur, con uniones de hilo o de cabulla, el colchón de la generalidad; los manares de arnear o “cestas redondas y planas de base trenzada y de aro circular fuertemente anudado. Su destino era airear o ventear los granos, de modo especial el café” (6), como bien lo describe esa notable investigadora del folklore andino que es Lourdes Dubuc de Isea. O también los joros para recoger el fruto del cafeto y que el peón se amarraba a la cintura para ir llenándolo.

Otros detalles podían ser la venta de clavos de hierro o acero, puntas de arados, botones de hueso y de nacar, broches de presión, dulce de higos en la respectiva dulcera, estampitas de Santos, vasos y jarras de peltre, poncheras, platos de loza de artesanía campesina; el fafoy o ramillón que era un pequeño envase en la punta de una vara de unos cuarenta centímetros de largo que tenía puyas alrededor y con el cual se sacaba el agua de la tinaja para ser servida en vasos, etc. Esas puyas eran para evitar que alguna persona bebiera en él y así el precioso líquido se baboseara.

En el recuerdo, ahora, al lado de ese coloso que era don Eugenio Montilla, brillaba, como siempre brilló, la estirpe de la noble dulce dama que fue la mujer del pulpero: Felipa Cáceres que, de hijos de aquel hombre imponente por sus aristas de cultura en su afanar de campesino, tiene hoy descendencia que ahora el gentilicio de entrambos.

Pero aún más. Cuando el pulpero don Eugenio Montilla, le descontaba instantes a sus movimientos natos, en la compra y venta de los productos de su incumbencia, sin descuidar la ñapa al niño campesino que lo miraba sin mendigar dádiva alguna, o cuando en el frutero tenía que poner un grano de maíz por cada bolívar que algún cliente le compraba y que con el tiempo tendría que pagarle un centavo por cada veinte granos, repito, don Eugenio Montilla, tenía tiempo, espacio vital y jerarquía de maestro de escuela, para decirle a cualquier muchacho que iba a su pulpería el arte de sumar y de multiplicar, todo esto en aras de la bondad y de la dulzura, porque si también le enseñaba el de restar y de dividir, sólo lo hacía, en estos dos últimos casos, estrictamente dentro de las reglas matemáticas. En las dos primeras circunstancias hablaba siempre, a voz tendida de hombre de mucho valor y mucha hombría, de sumar y multiplicar, jamás de restar y dividir.

Bien, al fín su pulpería, ha vuelto a crecer en mi memoria. El murió ya. Felipa, su gran compañera también; sus hijos, la mayoría mujeres, caminan por otros senderos de docencia y de espiritualidad.

Era la pulpería de don Eugenio Montilla en 1931, año en que yo nací, porque así la describe mi padre, don Efigenio Castellanos, nada distinta a la que conocí siete años después hasta 1945 cuando la ví por última vez. Pero no he tocado el asunto mismo del medio geográfico y lo arquitectónico. La casa de la pulpería era –aun existe profundamente deteriorada- de teja, paredes de tierra pisada de seis metros de altura hasta la división de madera que separa la construcción de un especie de depósito que se denomina la troja, y para la cual se podía entrar subiendo una larga escalera que colocaban para el caso por afuera de la pulpería, es decir, por el corredor. Se abría arriba una pequeña puerta y allí encontrábamos sobre el piso de madera fuerte, sacos de maíz, de café, bultos de papelón, que permanecían brevemente en este depósito porque el frío aflojaba las panelas y estas se revenían o se amelcochaban, o mejor, perdián la consistencia, la dureza. De vez en cuando servía de almacén de racimos de cambur y hasta de café en concha que se guardaba en espera del sol para secarlo.

La casa era inmensa. Todavía lo puede ser. Dos puertas altas de resistente madera, dan al oeste, hacia los sitios de El Pie y El Zamurito, pero nunca las ví abiertas. La brisa muy fría que sube de la hondonada pega allí, como una bofetada. Otra puerta, hacía el sur, con vista también al camino que sube, era la de entrada. Detrás había un cuarto de almacenamiento, más allá otro de mayor intimidad y seguidamente otro similar, entre ambos dormitorios. La cocina estaba -como aún está- separada del resto de la construcción por un angosto callejón de un metro de ancho, o algo más, con su salida hacía un patio, no muy lejano de la gallera, y de donde parte el angosto camino hasta el lejano lugar desde donde se traía el agua a hombro de peones, mujeres y muchachos, más o menos a tres o cuatro kilómetros.

Sigo siendo el campesino que amó la pulpería de don Eugenio Montilla. Ya con más de cincuenta años encima establezco un negocio en Caracas: La Gran Pulpería de Libros Venezolanos. Vendo solamente cosas del papel: documentos, estampas, libros, folletos periódicos, hojas sueltas, panfletos. Pero es, en el recuerdo, lo que de muchacho soñé al lado de ese gran señor que fue Eugenio Montilla, ser como él: independiente, dueño de la pulpería y útil a muchos. Útil. Sin pedir nada. Con tal razón sublime comienza esta Historia de la Pulpería en Venezuela.
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1.- PÉREZ MATERAN, Antonio. Entre riscos y neblinas. Caracas, 1985, (inédito), p. 20-21
2.-DUBUC DE ISEA, Lourdes. Romería por el folklore boconés. p. 319
3.- Idem, p. 321
4.- Idem, p. 316
5.- Idem, p. 329
6.- Idem, p. 113-114
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Rafael Ramón Castellanos
HISTORIA DE LA PULPERÍA EN VENEZUELA
Editorial CABILDO C.A.
Caracas, 1989
ISBN: 9803002325
p. 9-18

EL VOCABLO PULPERÍA


Pero veamos que significación y que raíces tiene la palabra pulpería en sus variantes y acepciones, dentro de la cantidad de otros nombres que le hubieron de poner, sin éxito, tales como Ratonera, Expendio de Viveres, Tienda de Menudencias, Puesto de Abasto, Bodega, Tarantín o Tagüara.

La versión del historiador Manuel Pinto C. es que puede tener origen en la corrupción de pulpería, es decir puesto donde en Nueva España o México se vendía pulque, una bebida fuerte destilada del cogollo del magüey o de la planta denominada coari. Esta es la tesis que sustentó en Política Indiana el cronista Juan de Solórzano y Pereyra (1) y que apunta también el naturalista venezolano-alemán Adolfo Ernst (2).

Por lo tanto Pinto C. expresa que “La denominación pulpería tiene, podría decirse, la virtud no sólo de consustanciarse con la médula de nuestro vocabulario, gracias a sus cualidades fonéticas o semánticas, sino de generalizarse en todos los países de habla hispana donde el establecimiento llegó a adquirir fisonomía propia, al favor, naturalmente, de utilitarios estímulos tales como los que pudo disfrutar entre nosotros. El nombre se hizo único, repito. Nada igual o parecido puede hallarse en el espacio de tiempo que llenaron con su frondosidad inoficiosa” (3).

Sin embargo el historiador argentino Jorge A. Bossio en su Historia de las pulperías (4) en un enjundioso capítulo sobre la semántica de esta voz establece que hay dos grupos entre etimólogos, estudiosos e historiadores que sostenían puntos de vista muy diferentes sobre el origen del vocablo. El primero que él denomina americanista encuentra la génesis en la citada expresión mexicana pulque o en otras provenientes del mapuche que son pulcu, pulcú o pulcuy con las cuales designaban los araucanos al aguardiente (5).

El otro “grupo sostiene que se origina en la voz latina pulpa, pudiendo ser denominado hispanista” (6). Mas Bossio prueba con opiniones y juicios históricos que hay que descartar lo del origen en palabras de los araucanos, y anota que “El hecho de que la mayoría de los filólogos que siguen la teoría de encontrar el origen de pulpería en la voz pulquie, nos parece bien recordar, surge de aquella versión de don Juan de Solórzano y Pereyra en su tratado sobre Política Indiana. Pero puede ponerse en duda la versión de este autor, pues al parecer nunca viajó a América. Resultaría de ello que sus conocimientos y observaciones sobre la matetia eran más librescos que vividos".

“De allí el sostener que el origen de pulpería no sea fruto de una deformación de pulpería. Es, en realidad, una forma hispánica creada en América; es en nuestro concepto un neologismo español con un significado divergente por efecto del cambio semántico”
(7).

Ahora bien, se está más cerca del objetivo en sí cuando nos remitimos al vocablo pulpa, ya sea de la carne de vacuno o de algunas frutas. Bossio sostiene que “Cuando Corominas dirige el Diccionario Crítico Etimológico de la Lengua Castellana (8), al referirse a pulpería sostiene que es … voz empleada en casi toda América, sin duda derivada de pulpa, por ser los frutos tropicales y el dulce que con los mismos se hacía el principal artículo que podían expender los comerciantes”, versión que reafirma Morínigo (9): “Lo más probable es que derive de la pulpa”.

“Algunos derivados de la palabra pulpería permiten aclarar el panorama. Pulpero se llama al artefacto que sirve para obtener pulpa o el jugo de frutas. No es desestimable el que en Cuba se denomine pulpería al puesto al aire libre o barraca, donde se vende pulpa de tamarindo (10), y mucho más elocuente resulta que en Galicia, la mujer que vendía pulpo curado, recorriendo con su mercancía las puertas tradicionales y las ferias más concurridas, se llamara, precisamente, pulpería (11). Si agregamos a ello que en Uruguay el acto de comer carne se lo denomina Pulpear, voz que no llegó a usarse por extensión en Buenos Aires, encontramos que la vinculación de pulpería con pulpa es mayor que con pulque o su derivado pulquería. El mismo Morínigo nos dice, en su Diccionario de Americanismo, que en Colombia pulpero es “…el vendedor ambulante de pulpa de tamarindo”, con lo que queda registrado con tal sentido en diversos y distantes pueblos americanos" (12).

Afianza Bossio el concepto claro de pulpería al remitente a la obra del indígena Felipe Guamon Poma, La Nova Coronica de Bueno Gobierno iniciada en 1587 y concluida en 1611 y en la cual habla de la pulpería donde podrían comprar. También en los Comentarios Reales, el Inca Garcilaso de la Vega cita “hasta los que llaman pulperos, nombre impuesto a los más pobres vendedores porqué en la tienda de uno de ellos halláronse vendiendo un pulpo” (13).

Y para concluir ese aspecto dejemos al historiador argentino en su criterio: “Resulta difícil llegar a precisar el lugar exacto en que el terminó pulpería haya sido gestado por algún español, en una suerte de neologismo geográficamente americano. Lo que no resulta difícil, y tal es el criterio sustentado en este trabajo, es el determinar que ninguna vinculación de carácter histórico hace suponer que fuera pulque su génesis. Muy por el contrario, su origen aparece completamente claro en el cambio semántico. Al mismo tiempo esta voz era usada en zonas de influencia de colonización directamente ligada con el Perú y no con México. Que aparezca en Buenos Aires alrededor de 1600 y a principios de ese siglo en Venezuela y Colombia, es, quizás, la prueba más importante que se tenga sobre esta teoría. Mas, no existió ninguna vinculación comercial entre México y Buenos Aires, pero sí la hubo entre el Perú y nuestra Provincia, con lo cual, el préstamo fonético, cabe conjeturar, proviene de esta provincia y no de aquella. Recordemos, al respecto, que recién nuestra ciudad se comunica con Centro-América a partir de 1612, con los primeros envíos de tasajo a Cuba”.

“Caben aún algunas reflexiones sobre este tema. ¿Qué fue la pulpería sino el simple negocio en el que se expedía pulque”? Contrariamente, la pulpería fue el comercio en el que se vendió toda clase de géneros que sirvieran al mantenimiento de la población. Fray Pedro Simón afirma, en sus Noticias Historiales “…pulpero es el que vende en público frutos de la tierra y de Castilla, fuera de ropa, particularmente cosas de comer no guisadas” (14), coincidiendo con Graspar de Escalona y Agüero que en su Gazophilacium Regium Peruvicum, publicado en Madrid en 1647, sostuvo que:

…en la pulpería se venden plátanos y miel, además de vino, queso, manteca, aceite y otras menudencias.

“Escalona de Agüero fue uno de los tratadistas más consultados en tiempos de la administración española, americano y estudioso de las leyes y por ende, profundo conocedor de los problemas de su tierra (15). El mismo Rosemblat, a quien se respeta por la jerarquía de sus estudios, destacó en su trabajo que “en México parece que no llegaron a confundirse nunca, pues la pulquería conservó hasta hoy su carácter de establecimiento para el expendio de pulque” (16).

"En cuanto a la versión producida por algunos funcionarios españoles, como el que redactó el diario de la Secretaría del Virreinato de Santa Fe de Bogotá, que sostuvo “Tienda que al propio tiempo era taberna”, considerándola como una corrupción de pulquería, es muy probable que siguieran en su escrito a Solórzano y Pereyra" (17).

"Fray Simón, que acabamos de citar, sostuvo en sus Noticias Historiales, como si estuviera certero de su palabra (18), que los pulperos los llamaban así porque tenían muchas cosas para vender (…) al modo que los pulpos tienen muchos pies”.

Bernardo Aldrete reafirmará en su Origen y Principio de la Lengua Castellana o Romance, que pulpería era una pequeña tienda de comestible en ciudad o campo, salvo en México, donde según C.E. Quirarte, sólo se conoce tienda de abarrotes o tendejón (19).

“Las razones invocadas, ya por los cronistas de Indias, ya por los tratadistas de legislación española, justifican la tesis propuesta de que el origen de pulpería es la voz pulpa como la creación de un neologismo español a través de la chispa de sus hombres, cuyo significado divergente se debió, no dudamos, a un cambio semántico” (20).

Mas, aunque parezca redundancia y doble cita del mismo aspecto es importante tener la mención que en su Glosario de voces indígenas de Venezuela invoca Lisandro Alvarado: “Pulpería. Abacería. Hay en la Tierra Firme tiendas conocidas con el nombre de bodegas, y en otras partes con el de pulperías. Su surtimiento consisten en loza, vidrios, quincalla, herramientas, vinos, azúcar, jamones, manteca, aceite, frutas secas, queso y guarapo, etc. Tienen sobre las tiendas la ventaja de no ser sujetas a quedar cerradas los días de fiesta y domingos. Su utilidad para el público las hace tener abiertas desde que amanece hasta las 9 de la noche”. Así describe Depons estas tiendas de víveres a principios del siglo XIX, y así han perdurado hasta hoy con poca diferencia. El nombre es corrupción de pulquería, es decir, puesto donde se vende pulque, voz ésta que sin embargo no ha sido adoptada en Venezuela, por no practicarse aquí la elaboración de ese vino del cocúy. He aquí la opinión de Solórzano: “También de otras (cédulas) que se despacharon el año de 1631 por las cuales se ordenó e introdujo que en cada ciudad, o villa se apuntasen y señalasen ciertas tiendas, de la que en Castilla llaman de Abacería, y en las Indias de Pulpería, o Pulquería, de pulque, que es una bebida que usan mucho los indios de la Nueva España” (21). Tal origen adopta Ernst; pero Garcilaso y Fr. P. Simón, a quienes sigue Calcaño, sostienen una trivial derivación española. “En las antiguas pulquerías de México, observa Rojas, sólo se expendía el pulque, y de aquí el nombre dado al ventorrillo indígena. En las antiguas pulperías de Caracas, que se fundaron a principios del siglo XVII, después que comenzó a cultivarse la caña, sólo se expendía el aguardiente de caña” (22).

“Efectivamente entre los ramos de impuesto había el de composición de pulperías en los tiempos coloniales, el cual tuvo en 1797 un rendimiento de $ 29.989 sencillos. Con el nombre de aguardiente se conocía un derecho impuesto sobre su destilación: con el de pulperías otro que se pagaba en las tiendas así llamadas, las que expendían licores ó bebidas fermentadas” (23). Utilízase también en Perú, Bolivia, Argentina, Uruguay: “Pulperías o tabernas” escribe Azara (Hist., I, 309)” (24).

Y una más reciente interpretación nos sirve para cerrar el capítulo. La de Francisco J. Santamaría en su Diccionario general de Americanismos: “PULPERÍA. F. Tienda, en América del Sur y Puerto Rico, donde se venden artículos diversos para el abasto; como son vino, aguardiente o licores; y géneros pertenecientes a droguería, buhonería, mercería, etc.; pero no lencería. Participa del carácter de la cantina o piquera, de la tienda de abarrotes o abacería y aún de la tlapalería de México.-2. En Cuba, barraca o tendajón al aire libre, en que se vende pulpa de tamarindo.-3. En Venezuela, antiguo derecho de contribución que se pagaba por vender licores en las tiendas” (25).

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1.- PINTO. op. cit., p. 93
2.- Ibidem.
3.- Idem. p. 96-97
4.- Buenos Aires, Editorial Plus Ultra, 1972
5.- BOSSIO, Jorge A. Historia de las pulperías, p. 13
6.- Ibidem.
7.- Idem. p. 18
8.- Diccionario crítico etimológico de la Lengua Castellana.
Madrid, Editorial Gredos, 1954 (cita de BOSSIO)
9.- MORINIGO, Marcos Augusto. Diccionario de Americanismos.
Buenos Aires, 1966 (cita de BOSSIO)
10.- Diccionario Durban de la Lengua Española. Bilbao, 1965 (cita
de BOOSIO)
11.- Diccionario enciclopédico Gallego-Castellano. Vogo, Edición
Galaxia, 1965 (cita de BOSSIO)
12.- BOSSIO, op. cit. p. 18-19
13.- VEGA, Inca Garcilaso de la Historía general del Perú.
Segunda parte de los Comentarios Reales de los Incas. Buenos
Aires, Emcé Editores, 1944, p. 21
14.- SIMÓN, Fray Pedro de. Noticias Historiales. Cuenca, 1627
(cita de BOSSIO)
15.- ESCALLONA Y AGUERO, Gaspar de. Gazophilacium
Regium Peruvicum. Madrid, 1647 (cita de BOSSIO)
16.- ROSEMBLAT, Angel. Glosario de Voces indígenas en
Historia general del Perú, Segunda parte de los Comentarios
reales de los Incas del Inca Garcilaso de la Vega, p. 11.
17.- SOLORZANO y PEREYRA, Juan. Política Indiana. p. 14
(cita de BOSSIO)
18.- SIMÓN, Fray Pedro. Noticias Historiales (cita de BOSSIO)
19.- ALDRETE, Bernardo (Canónigo de la Santa Iglesia de
Córdova). Del origen y principio de la lengua castellana
o romance que hoy se usa en españa. 1674 (cita de BOSSIO)
20.- BOOSIO, Jorge A. op. cit. p. 21-23
21.- SOLORZANO y PEREYRA, op. cit. V.I. 19 (ciat de BOSSIO)
22.- ROJAS, Aristides. Cien vocablos indígenas de sitios, rios,
alturas. etc. Caracas, 1882. (cit. de Alvarado)
23.- BARALT, Rafael María y Ramón DÍAZ. Resumen de la
Historia de Venezuela, etc, París, 1841, p. 375
24.- ALVARADO, Lisandro. Glosario de voces indígenas de
Venezuela. Caracas, 1953, p. 298-299
25.- SANTAMARIA, Francisco J. Diccionario general de
Americanismo. México, D. F. Editorial Pedro Robledo, 1942.
Tomo I, p. 631
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Rafael Ramón Castellanos
HISTORIA DE LA PULPERÍA EN VENEZUELA
Editorial CABILDO C.A.
Caracas, 1989
ISBN: 9803002325
p. 31-37

jueves, 16 de abril de 2009

ORIGEN DE LA PULPERÍA. EL PULPERO

a
De seguro que para ir al encuentro de la génesis de la pulpería, debemos indagar por los lejanos mercados persas, a cuyo alrededor se fueron situando vendedores de menudencias y comestibles que cada un día los iban marginando más del centro vial.

De allí pues, con las invasiones árabes a España debe haber llegado el pulpero, con su pequeña tienda y al proliferar las mismas por toda la península, no es en balde decir que fue este sistema de la pequeña economía casi doméstica, un aliciente para que el oficio del pulpero se hiciese una tajante necesidad socio-económica, que va a desempeñar un papel prioritario en la fundación de pueblos en América pues es indudable que en la conformación de estos no debían dejarse a un lado esenciales objetos que definirán en el devenir la Real Audiencia y la Capitanía General.

Al nacimiento de cada pueblo diseñaba el español la plaza mayor y a sus contornos la Casa de Dios para la difusión de la doctrina cristiana, además de la residencia de los poderes reales, en donde el máximo representante de la Corona en el sitio que comenzaba a ser ciudad debería despachar las cuestiones del gobierno y llevar los archivos de la gestada comunidad.

Y como no había la forma de mantener la misma organización militar en quienes se quedaban en los nuevos poblados, sino de acuerdo a las necesidades, y mientras los fundadores se ocupaban en distribuirse las tierras, en la búsqueda de fortuna que pagara los innumerables sacrificios habidos, era de necesaria concepción la idea de que alguien vendiese y comprase los más apremiantes productos alimenticios para ingentes necesidades, ya los venidos de lejanas tierras, que eran los menos, como los que el sembrador lograba por allí. Al trueque establecido por las comunidades indígenas, sin cabida para alguna especie de moneda, habría de vulnerarlo en medida de adelanto histórico, la balbuceante pulpería, o mejor, el comercio que apenas se vislumbrada.

Por lo que se puede aseverar sin temores a la equivocación que entre los primeros vecinos de cada pueblo que nacía, en el cuadro geo-político de una conformación social esterotipada en el molde de una vieja legislación hispada, tenían que estar el Alguacil, el misionero y el pulpero. Los tres poderes públicos resumidos en la autoridad real, pues esta era, a la vez, ejecutiva, judicial y hasta que no hubiese Cabildo o representante del mismo, legislativo.

A su lado se veía también que era figura principal el sacerdote, el creador de Doctrinas, el curador de almas, el padre misionero, el cura doctrinero, pues sin la cruz como enseña ningún pueblo nacía a la luz en la tierra virgen del continente americano.

Pero la pulpería es la primera institución que surge con los días mismos de la conquista y las iníciales fundaciones. Nos dice el acertado investigador argentino Jorge A. Bossio definiendo este aspecto y otros colaterales que “al parecer el trasplante de la estructura económica española a América se hizo con todos los vicios propias del sistema social cuyo período histórico llegaba o comenzaba a insinuarse como definitivo; se señalaban ya las condiciones históricas que prefiguraban el fin –ocurrido doscientos años después- del sistema escolástico de la economía española” (1).

Y el pulpero viene a consolidarse y a consolidar una economía hispanoamericana. Los primeros pulperos fueron blancos peninsulares. Los que los sucedieron fueron blancos criollos, a la par que mestizos. Negros y mulatos, a duras penas, se metían en la acción de la compra venta al menudeo desde la pulpería. Esto origina un fenómeno novedoso y de peligro para las viejas estructuras conformadas en España por siglos. El pulpero había hecho cambiar el rumbo de la historia económica del medio. Estaba desarrollada –dice Bossio- la puja entre dos formas de encarar la sociedad, la una, como expresamos al principio, siguiendo la tradición de la economía escolástica, en tanto la otra, la de los pulperos, buscaba el mejoramiento del giro de sus negocios. Comienzan las especulaciones para ensanchar el cuadro de sus beneficios comerciales, comienzan las pujas para eludir los precios, las artimañas para corroer las varas, devastar los recipientes, en fin, todo en búsqueda de una mayor ganancia que es la esencia del comercio.

“La lucha de los pulperos por lograr precios mejores es la prefiguración en la realidad de las teorías del libre cambio” (2)

Después se conformaría en apretada concepción especulativa la tarea del pulpero. Ya veremos algunos detalles en otros capítulos. Sin embargo no podemos dejar de lado un ente social que hizo dar un vuelco a la tradicional economía española que se sustentaba en el período de los mercaderes y traficantes. “Consideramos a la pulpería –anota Bossio- un antro majestuoso en que se dieron los valores más bellos de nuestra herencia hispana, el lirismo. Es por eso que se convierte en una institución esencial en la tradición de un pueblo joven como el nuestro” (3).

Y el tiempo les fijaría especial ubicación en nuestra historia a los pulperos, aún desde el nacimiento de los pueblos surgidos de la colonización y así, podemos expresar con Bossio que estos “constituyeron la clase media que vivió los momentos azarosos de la lucha por sobrevivir. (…) Una lucha que buscaba sortear la crisis que desde Europa recibíamos cíclicamente. Los problemas sociales que enfrentaron y la común situación que los reunía les dio carácter de clase social. Quizás no lo comprendieron, quizá no tuvieron conciencia total de aquel hecho histórico, pero procedieron como tales, es decir, como clase social, defendiendo en todo momento sus privilegios. Ello los reivindica históricamente” (4).

En el primer tercio del siglo XVII, en la Instrucción de Intendentes de la Nueva España, se ratifica la trascendencia que le daban en la legislación indiana al pulpero y a la pulpería, sin establecer ningún distingo en cuanto a clases sociales. En el artículo 160 de dicho documento se analiza la “importancia de conseguir un objeto de tanta utilidad pública… (y) se manifiesta la conveniencia de dejar en libertad a cualquier vasallo para que al mismo tiempo que facilite al común la baratez y la abundancia de los alimentos, busque su propia subsistencia con este género de industria: encargando a los Intendentes que en calidad de Corregidores y Justicias Mayores de las provincias señalen en cada lugar formal erigido en villa o ciudad, el número precisamente necesario de pulperías de Ordenanza y no más, y que den las licencias necesarias para abrir todas las que se pretendiesen establecer” (5).

Ahora bien hablemos del pulpero en sí En la sociedad colonial venezolana nos encontramos con la curiosa circunstancia de un cuerpo de comercio, cuya estructuración la ha definido con claridad la historiadora Mercedes M. Álvarez (6): tenía dos clases principales denominadas Comerciantes y Mercaderes, el primero era mayorista, con facultades para la importación y la exportación, y el otro actuaba como detallista. “Aquel se diferenciaba del segundo en que no tenía tienda abierta, sino que negociaba al grueso o por mayor, aunque hubo comerciantes que abrían tiendas que manejaban personas interpuestas… y el mercader despachaba al por menor, y en consecuencia era comerciante detallista… negociaba él mismo al menudeo… dependía para su mercancía importada de los comerciantes mayoristas” (7).

Después aparecía la clase de los Bodegueros que administraba tiendas de comestibles y caldos (vinos, aceites, vinagres, aguardientes, licores, en conjunto o separadamente con lienzos, peltre, herramientas, ropas, objetos de mercería… y abría desde el alba, sin cerrar, hasta las nueve de la noche, inclusive domingos y días de fiesta, aunque con horario más reducido.

Y no más categorías definidas, para las cuales el aspirante a disfrutarlas debería llenar una serie de formalidades y atributos que establecían las respectivas leyes. El comerciante era la cúspide elitesca de la sociedad económica y debería acumular méritos, prebendas y elevadas sumas de dinero para el ejercito de su profesión, tener entre 20 a 30 mil pesos en posesiones o en giros… ser residente en la ciudad de Caracas o La Guaira, mayoría de edad (25 años cumplidos o ser casado), buena fama, probidad y ser de la distinguida extracción que exigen los empleos de la República (9). Todo esto como consecuencia de que el comercio “no era una profesión plebeya, porque requiere conocimientos profundos de las leyes respectivas, habilidad y escrupulosidad a toda prueba, claro discernimiento y gran dote de experiencia adquirida dentro de la profesión mercantil” (10).

El mercader, pertenecía como el bodeguero, a las llamadas clases inferiores en tan extraña clasificación excluyente, y entrambos carecían de elevados capitales, “vendían en sus tiendas por ellos mismos y faltábales calidades de fortuna, abolengo, fama y experiencia profesional que tenían los de la clase superior, en las que debían sobresalir sujetos de altura intelectual y ética sin paralelo, lustre y abonados méritos” (11).

Mas el mercader que justificaba pormenores que había conquistado en el ejercicio de su tarea, como edad, naturaleza, residencia, caudal, claro conocimiento de las leyes y mucha experiencia, podía ascender a la clase superior de comerciante, pero existía la modalidad también de la curva de declive para la más alta categoría, que podía venirse a menos y pasar a la de mercader o de bodeguero, según la merma de su pecunio y de sus actividades específicas en el ramo.

Estos personajes fueron considerados en tal dimensión en 1778 de acuerdo al artículo XX de la Real Cédula que erigió el Consulado de Caracas, pero ni en este documento ni en ninguno otro de la época se incluía a los pulperos y ello “se debía principalmente a que con mucha anterioridad tenían su gremio aparte y que no estaban directa ni indirectamente en relación con el tráfico marítimo… eran personas de muy poco caudal, que vivían del crédito y quienes carecían casi absolutamente de conocimientos de las leyes y prácticas que regían el comercio… eran menos versados aún que el mercader, y les faltaba altura intelectual, prestigio y experiencia; por lo tanto, no gozaban del fuero mercantil que arropaba a los sujetos del comercio” (12). Es de hacer notar que esto del gremio era un formulismo simplemente protocolar que tuvo igual posición en Perú, Argentina y otros países.

Las últimas apreciaciones de la doctora Álvarez creemos que no están debidamente substanciadas, pues no es un secreto ni una minimización de la verdad histórica, que el capital privada por sobre cualquier otra circunstancia, junto a jerarquías genealógicas regionales o peninsulares.

Lucena Salmoral (13) afirma que los pulperos eran en sí la cuarta categoría dentro de la sociedad del comercio colonial. Se dedicaban a vender al detal productos nacionales, en tanto que los comerciantes, mercaderes y bodegueros tenían relación activa en el despacho y adquisición de productos de importación. Es de hacer notar que aquellos eran criollos, en tanto que las tres categorías anteriores estaban constituidas por blancos peninsulares y luego por blancos criollos.

Sin embargo la misma doctora Álvarez en obra más reciente publica un documento del 12 de enero de 1804 que es una “Representación del Prior y Cónsules para que el Tribunal del Consulado (de Caracas) se le conserve la jurisdicción contenciosa de los bodegueros en razón de pertenecer al Comercio” (14). En el mismo se aprecia una opinión definitiva sobre el caso. Ya que “la única diferencia que hay entre los Mercaderes de tienda y los Bodegueros, es que aquellos menudean los géneros y lienzos, y éstos los caldos, víveres y demás efectos que introduce por mayor el comercio, contribuyendo unos con otros a la salida y venta por menor y ocupándose por lo general en esta clase de negocios los europeos que llegan a esta Provincia a habilitarse y hacerse de capitales considerables para pasar a la de Comerciantes por Mayor en términos que entre éstos y los Mercaderes y Bodegueros, hay una recíproca correspondencia, necesitándose unos y otros para su giro y comercio, y sus tratos y contratos se celebran sobre sus géneros, lienzos, víveres, y efectos como estrechamente unidos en razón de la naturaleza de las cosas que compran y venden”.

Las mencionadas autoridades consulares hicieron también una distinción entre Bodegueros, Mercaderes y Pulperos, en dicha representación de 12 de enero de 1804, en la cual pedían a la Corona dignara conservar al Consulado en el ejercicio de la jurisdicción contenciosa sobre los Bodegueros, y así expresaron: “La misma razón y causa porque se considera a los mercaderes de tienda para tenerlos por individuos del comercio y sujetos a la jurisdicción consular, con respecto a las negociaciones y estipulaciones celebradas sobre ellas entre si, y con los comerciantes en grueso comprende a los Bodegueros, porque solo es realmente la voz la que los distingue, siendo unos y otros, expendedores de los renglones introducidos por el comercio contraídos aquellos a la venta por menor de las ropas y éstos de los víveres, muy diferente en el concepto y estimación popular de los que aquí llaman Pulperos, y las Bodegas de las pulperías, en las cuales se menudean los víveres y provisiones del País, sin ninguna relación con el comercio exterior, como que no necesita de estos para nada, ni sus individuos se mezclan por ningún respecto” (15).

Por otra parte en la Ley del 10 de julio de 1824 “en que se determina el modo de conocer de las causas de comercio, de sustanciarlas y determinarlas” un aparte especial viene a borrar nominalmente las diferencias establecidas desde comerciantes, mercaderes y bodegueros hasta pulperos, ya que establece “bajo la denominación de comerciantes a todos aquellos que se emplean en actos de comercio, haciendo de ellos su ocupación habitual” (16).

“Estas diferencias legales –afirma el historiador Federico Brito Figueroa- no eran accidentales y caprichosas. Constituían, por el contrario, expresión jurídica del proceso de cambios económicos gestados en el seno de los núcleos urbanos como consecuencia del desarrollo de la producción agropecuaria y de la ampliación del mercado exterior; las ciudades venezolanas en las postrimerías del régimen colonial, además de residencia de los monopolistas de la propiedad territorial y centro de las instituciones políticas fundamentales del Estado colonial, eran zona e contacto entre productores y consumidores, y el incremento de esta actividad escindió en varias categorías al antiguo grupo de propietarios de tierras y esclavos, e impulsó la formación de nuevas categorías sociales” (17).

Pero no está de más penetrar en el fondo inverosímil de las “Ordenanzas para la ciudad de Los Reyes”, dadas en Lima por el Virrey don García Hurtado de Mendoza, Marqués de Cañete, el 24 de enero de 1594, (18) en donde entre difíciles y crueles obligaciones que incluían destierro perpetuo del reino, por lapsos entre uno y diez años, azotes y multas, la más racista estaba expuesta en el renglón 57ª de la sección “Pulpería y lo que han de guardar”, ya que “los pulperos serán españoles y casados y entre otras prohibiciones llama poderosamente la atención la que se refiere a que no venderán prendas, ni las comprarán de ninguna negra, horro, ni esclavo, ni mestizo, ni mozo que sirva a otros que no sea conocido, so pena de ser desterrado de esta ciudad y sus términos y de incurrir en las penas de ladrón” (19).

Y no solamente este discriminatorio tratamiento es el único especificado, si no que les quedaba terminantemente prohibido a los pulperos “encubrir en su casa negro, ni negra esclava, ni hora, so pena por la primera vez de dos mil maravedíses y de pagar los jornales al almo de quien fuere, y por la segunda, la pena doblada, aplicada en la forma expresada. Así mismo no tendrán en sus casas mujeres rameras so pena de dos mil maravedíses por la primera vez, y por la segunda doblada, y por la tercera a más de la multa pecuniaria, desterrado de esta ciudad por el término de un año” (20).

El pulpero vivía a veces de ciertas privaciones sociales y éticas en el ambiente donde se desempeñaba. Por cierto que el académico e investigador Héctor García Chuecos apunta que entre 1772 y 1777 se presentó en Caracas un verdadero problema cuando el Gobernador y Capitán General de Venezuela, Brigadier don José Carlos de Agüero, resuelve “so pretexto de varios excesos y escándalos que se habían cometido en la capital, que ningún soltero, ni casado con mujer ausente, pudiese emplearse en el manejo o despacho de las abacerías, bodegas y pulperías” (21).

Sin embargo vivió el pulpero los primeros veinte años del siglo XIX en una situación de protección en medio de la dura guerra por la independencia. Tanto los patriotas como los realistas le demostraban ciertas consideraciones muy especiales, en razón de que era un punto vital –de logística se diría hoy- el negocio de la pulpería para unos y otros, pues las tropas, indistintamente de cualquiera de los bandos, en oportunidades múltiples lograban su apertrechamientó, o cuando menos las más rústicas o elementales provisiones, a través de este modesto establecimiento.

Ya lograda la emancipación fue ardoroso el empeño de las autoridades a través de todo el territorio de la Gran Colombia, en buscar la forma más objetiva para que en los caminos hubiese posadas, merenderos y pulperías, pues la falta de tales volvían aún más difíciles las jornadas entre los centros poblados del país.

En razón de tales circunstancias el Congreso de la República, a 20 de abril de 1825, acordó con la favorable sanción del Poder Ejecutivo, las medidas más loables en este sentido. En el considerando primordial se expresa “que la escasez que hay de posadas, mesones o ventas en los caminos públicos perjudica a los viajeros y embaraza el tráfico interior, al propio tiempo que si hubiera tales establecimientos en la proporción correspondiente las tropas en marcha recibirían de ellos un importante servicio” (22).

Y el decreto estipula que quedan excentos del sorteo para servir en el ejército permanente estos posaderos, mesoneros o venteros establecidos en los caminos públicos o en las márgenes de los ríos navegables. Además si ocupaban tierras baldías para tales fines quedaban excentos del pago de arrendamiento entretanto el negocio.

Por otra parte aquellos que los instalasen en “caminos nacionales o públicos que atraviesen páramos o desiertos quedaban eximidos de cualquier contribución para los fondos municipales, pero siempre que la posada, la venta o el mesón” diste a lo menos dos leguas de los que están ya establecidos o se establecieren. Iguales beneficios amparaban a los criados y sirvientes que estuviesen allí como empleados (23).

Esta formalidad se usó después en muchas regiones de Venezuela. Por ejemplo la Diputación Provincial de Barquisimeto en un aparte del Artículo 9º de una Ordenanza sobre impuesto provincial, establece que “se exceptúan de toda contribución las pulperías que estén establecidas o se establezcan desde el río Yaracuy por la Aduana, hasta donde alcancen los límites del Cantón San Felipe por el camino de la costa hacia Puerto Cabello y en el camino que va a San Carlos desde la entrada de la montaña del Altar hasta el paso del río Cojedes con tal que tengan los comestibles más necesarios para las personas” (24)

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1.-BOSSIO, Jorge A. Historia de las pulperías. Buenos Aires, Editorial Plus Ultra, 1972. p. 215

2.- Idem, p. 227

3.- Idem, p. 250

4.- Idem, p. 187

5.- LIMONTA, José de. Libro de la razón general de la Real

Hacienda del Departamento de Caracas. Caracas, 1962, p. 60-61

6.- ALVAREZ, Mercedes M. Comercio y comerciantes y sus

proyecciones en la independencia venezolana. Caracas, Tip.

Vargas, C.A., 1963, p. 55-56

7.- Idem, p. 49-50

8.- Idem, p. 50

9.- Idem, p. 47

10.- Ibidem.

11.- Idem, p. 40

12.- Idem, p. 50-51

13.- LUCENA SALMORAL, Manuel. El comercio caraqueño a fines

del período español: mercados, comerciantes e instrumentos de

cambio. Caracas, Universidad Santa María. 1984. P. 22

14.- ALVEREZ F. Mercedes M. El Tribunal del Real Consulado de

Caracas. Contribución al estudio de nuestras instituciones, Vol. II,

p. 281-282

15.- Idem. Vol. I. p. 309-310

16.- UNIVERSIDAD CENTRAL DE VENEZUELA. CONSEJO DE

DESARROLLO CIENTIFICO Y HUMANISTICO. Cuerpo de

Leyes de la República de Colombia 1821-1827. Caracas, 1961,

p. 207

17.- BRITO FIGUEROA, Federico. La estructura económica de

Venezuela colonial. Caracas, Universidad Central de Venezuela,

p. 282-283

18.- DOMINGUEZ COMPAÑY, Francisco. Ordenanza municipales

hispanoamericanas. Recopilación, estudio preliminar de notas de

...Madrid-Caracas, Asociación Venezolana de Cooperación

Intemunicipal (AVEC), Instituto de Estudios de Administración

Local, 1962, p. 273

19.- Ibidem.

20.- Idem, p. 273-274

21.- GARCÍA CHUECOS, Héctor. Historia colonial de Venezuela.

Caracas, Archivo General de la Nación, 1985. T I. p. 5

22.- Hoja suelta propiedad de Rafael Ramón Castellanos

23.- Ibidem.

24.- ARCHIVO GENERAL DE LA NACIÓN. Diputación Provincial de

Barquisimeto 1832. Tomo 12, folio 1-13

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Rafael Ramón Castellanos

HISTORIA DE LA PULPERÍA EN VENEZUELA

Editorial CABILDO C.A.

Caracas, 1989

ISBN: 9803002325

p. 19-29

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