GRANPLIV

El mensaje de bienvenida a nuestro espacio es de afecto y de cariño con deseos infinitos de servir dentro de la mayor fortaleza moral e intelectual a todos los lectores en general y especial-mente a quienes vienen a navegar entre las páginas de antiguos, viejos, novedosos y hasta los más recientes libros de todas las áreas de humanismo.
Previamente nos presentamos con un alarde al transcribir un mensaje que el 12 de diciembre de 1952 dirigiera en Madrid a editores, distribuidores y vendedores de libros, un médico tan importante en su especialidad, como en el ensayo, la biografía y la crítica del arte, el gran español Gregorio Marañón (1887-1960).
Elogió al editor, al tipógrafo, al linotipista, al diagramador, al corrector de pruebas, al encuadernador, al distribuidor y al ... (no, mejor leamos dicha oración y luego hablaremos de nuestra página)

ENVIDIA Y ALABANZA DEL LIBRERO

“¿Quien no ha sentido alguna vez la más noble y profunda envidia, en la tienda de un librero? Hablo sobre todo del librero por vocación, el que ha hecho de su tienda su biblioteca, o la tienda de su biblioteca y vive entre los estantes, valorando amorosamente cada volumen y cuidándolo como a los hijos de sus entrañas. Aquí hay muchos libreros que han tenido trato conmigo, que conocen mis aficiones y las excitan con sus capciosas ofertas; y me han visto entrar en su tienda y serenar mis afanes con sólo acariciar los libros codiciados. Estoy seguro de que ni uno solo podrá decir que he discutido jamás el precio del volumen que deseaba, porque siempre, ese precio me parecía poco, pensando en la tristeza que tendría su dueño al desprenderse del ejemplar y en la alegría con que yo lo tomaba entre mis manos trémulas”.

“El librero, piensa uno, es el prototipo de la felicidad. Pertenece a una de las raras categorías de mortales en los que la divina maldición de ganar el pan con esfuerzo y sudor, se ha convertido en fruición. Hasta la emigración de sus amados libros está compensada con el consuelo de saber que su futuro destino será, probablemente, egregio, instruyendo o deleitando a gentes desconocidas y reposando, acaso en los Palacios más insignes. Escrito está en un periódico de los Estados Unidos, en una interviú que tuvieron la ocurrencia de hacerme, que, al preguntarme el periodista lo que yo hubiera querido ser, de no haber sido médico, contesté sin vacilar: librero, librero de libros raros. Oficio que tiene todas las delicadezas de una elevada artesanía y todas las complicaciones de una finísima ciencia. Sin contar con otras ventajas de orden material, como el pasaporte para entrar donde los demás no entran, pues el librero es recibido en los palacios con dignidad de excepción; sin contar con la ausencia de afanes angustiosos del librero, porque el ímpetu de la vida pasa ante su tienda y la respeta; sin contar, en fin, con el disfrute permanente de ese misterioso influjo que emana de los libros y constituye una de las más eficaces salvaguardias para la salud. Las estadísticas de las grandes Compañías de Seguros, en América, colocan al gremio de los libreros a la cabeza de las listas de longevidad. Eso del polvo de los siglos no es una figura retórica; existe y se sospecha hoy que es polvo sagrado que el tiempo deposita sobre los volúmenes, al contacto de otros efluvios que emanan de sus hojas, da lugar por reacciones ignoradas, a una como penicilina, de sutilísima acción, que defiende al organismo del librero de los peligros, de la vida sedentaria, de la falta de luz, del humo del tabaco; y le permite una milagrosa pervivencia”.

“Pero aunque el librero no fuera tan excelente como es, aunque, en verdad, algunas veces no sea como yo lo he pintado, todo se le perdonaría por el hecho de poner su ingenio y su esfuerzo, y si es preciso sus mañas, en la difusión de la obra maestra del genio humano, es decir, del libro”.

lunes, 20 de abril de 2009

LOS LIBROS Y SU LABERINTO CARAQUEÑO



Un sótano de letras. Jorge Luis Borges escribió acerca de una biblioteca de todos los textos Babel. En Sabana Grande está la réplica, posiblemente exacta: La Gran Pulpería del Libro Venezolano. Según el dueño Rafael Ramón Castellanos, es una de las tres más grandes de América y está a tiro de piedra del bulevar.

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En la entrada se da una tertulia sobre la izquierda en acento cubano y español. Algo de Nietzsche, algo de Marx. Y otro tanto sobre la Iglesia. Un miércoles cualquiera a la puerta a La Gran Pulpería del Libro Venezolano.
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La Pulpería a secas, la llaman. Manuel Monereo, el del acento español, y Juan Valdés, el del cubano, le pasan revista al shopping del día: un texto de un marxista checo publicado en México, otro de un filósofo argentino editado en España y la biografía de Bolívar escrita por John Lynch. Tres libros acerca de Bolivia también. Ambos estuvieron de paso por Caracas para asistir al encuentro Mundial de Intelectuales y Artistas por Defensa de la Humanidad. La librería en Sabana Grande es parada obligatoria para ellos. Turismo del bueno, dicen.
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Desfile de personajes. Treinta minutos después de la partida del intelectual cubano y el miembro del comité político del Partido Comunista Español entra Henry Ramos Allup cargado de libros y en busca de otros. Esa media hora luce corta para separar tanta diferencia política. Pero ahí está el secretario general adeco, un regular de la Pulpería. Lleva a la librería su más reciente libro para que se ponga a la venta y se queda un rato viendo y hablando. Más lo segundo que lo primero.
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Se instala con Rafael Ramón Castellanos, dueño y librero. “Henry me tiene chingo. Lleva cuatro o cinco días llamándome a cada rato para que le aparte un libro. Y seguro viene regateándome”. Pica el ojo y se ríe, enterrado detrás de Miguel de Cervantes, Andrés Eloy Blanco, Mijail Gorbachov, Morris West, Mario Puzo y Anthony Giddens.
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Guillermo Morón, Elías Pino Iturrieta, Rafael Fernández Heres, Simón Alberto Consalvi, Ramón J. Velásquez y Alí Rodríguez Araque también se aparecen por ahí de vez en cuando. De todas las tendencias, de todo un poco.
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Y de todas parte. Cuentan que Belisario Betancur, ex presidente de Colombia, en una de sus visitas a Caracas interrumpió una reunión con ministros y autoridades. “Me voy, tengo un compromiso ineludible. Voy a descender hasta la cultura”. Ante las miradas de incertidumbre y curiosidad, el político antioqueño, ya en la puerta, preguntó: ¿Acaso no conocen La Gran Pulpería del Libro Venezolano?”.
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Hasta en esperanto. El que tenga poca paciencia, que no vaya. Ninguna librería que ofrezca medio millón de textos –miles más, miles menos- garantiza una búsqueda rápida. Castellanos asegura, con orgullo, que sólo hay dos librerías, como la Pulpería en el continente americano. Una en Nueva York y la otra en Buenos Aires. Son las tres más grandes de América.

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Las cosas empiezan a no caber por ninguna parte apenas se atraviesa la puerta. Un amontonamiento de libros y antigüedades que casi aturde. Botellas viejísimas, tallas de madera, placas de carros y estatuillas, cuadros, cámaras antiguas, maracas, vírgenes, barajitas del Mundial Francia 98 y acetatos.

Corotos aparte, la Pulpería es millones y millones de páginas repartidas entre 7.000 metros de estantería y 850 metros cuadrados. Libros viejos, usados, nuevos, antiguos. En español, inglés, polaco, alemán, húngaro, francés, arameo, portugués, esperanto. De cualquier tema imaginable. Arte, botánica o hipismo. Da igual, ahí lo tienen.

En los estantes o en el piso –hay torres y torres de libros en el suelo- el visitante se tropieza con títulos conocidos y títulos insólitos. Uno al azar: Datos etnográfica de Venezuela: Obras completas de Lisandro Alvarado. Otro: Rebelión 1814, de Arturo Uslar Pietri. Y otros: Enciclopedia jurídica Omeba, tomo 7; El dominó y su ciencia, de El Tigre de carayaca; Dulces chilenos, de Guillermo Blanco; Enciclopedia familiar de medicina y salud; Hidden Treasures of Nature. Y un largo etcétera.

El orden es algo relativo allá abajo en “la cultura”. Caótico, cuando menos. La estantería P es la de al lado del pasillo. La BÑ es la vecina del baño. Pero hay flechas que, cada tres o cuatro estanterías, indican la dirección de la salida y limitan el riesgo de perderse entre tanta cosa. Lo limitan, no lo eliminan. Atentos los desubicados.

Los pasillos no sólo son todos iguales, sino también estrechos. Lo suficiente como para que una persona tenga que meter retroceso si se consigue de frente con otra. Y algunos están a oscuras que el primer lector vaya hasta allá y prenda la luz. Se mantiene todas las lámparas apagadas hasta que se necesitan, por eso del ahorro energético.

Laberinto, joya, cueva. Algunos pensarán que lo de las luces apagadas es juna excentricidad más de la casa. Es el caso de Carolina, que visita la librería por segunda vez. Busca obras en francés –estudia Idiomas Modernos-, títulos viejos y libros de medicina. Los busca en uno de los pasillos oscuros, utilizando el celular como linterna. Cosas que les pasan a los novatos. A oscuras y todo, dio con La medicina a través de la pintura de Hülfander. “Con esta librería me voy a hacer todavía más antisocial. Puedo pasar horas aquí”.

Armando Rivas, en cambio, es un veterano. Ese miércoles se lleva las obras completas de Miguel Ángel Asturias y las de Simone de Beauvoir. Frente a la estantería de literatura universal mira a su alrededor, fascinado. “Esto es un laberinto mágico. Encuentras de todo, cada vez que volteas hay una sorpresa”. Esa es un tercera visita del mes.

Seis pasillos más allá, en la sección de numismática, el acento peruano de Félix Achábal lo reduce a diversión: “Me entretengo aquí. Cada vez que no se me ocurre qué leer vengo a visitar a Rafael Ramón, a ver qué hay”. Lleva más de 20 años yendo a lo que él llama una joya. Se va con tres tomos de libros médicos, aunque entró sólo a fisgonear, a pasar el rato.

Gustavo Sansón sí fue con un libro en mente. Uno de hipismo. “Aquí hay cosas que no se encuentran en ninguna otra parte”, dice ojeando un catálogo de subastas de productos purasangre de 1979. De los caballos pasa al urbanismo caraqueño. Primera vez que va. Probablemente no la última.

A Teresa Jiménez el desorden de la Pulpería le recuerda el de su casa. Por eso le gusta tanto, comenta. Se ríe y sigue revisando un álbum gráfico de la Isla de Margarita.

El español Monereo, antes de terminar su buen turismo, no deja de lanzar una recomendación: “Aquí te encuentras maravillas que no están en circulación y no se ven en ninguna parte de América Latina. Esto debería ser nombrado patrimonio nacional y figurar en la Guía Michelín”. Y Valdés, el cubano, con un libro peruano y otro francés bajo el brazo, se lanza a metaforizar: “Es la cueva de Alí Baba, pero sin ladrones. Puras riquezas”.


LA PULPERÍA Y SU PULPERO

Un walkie-talkie, un lapicero y dos teléfonos. Y su memoria. Es todo lo que tiene Rafael Ramón Castellanos como instrumentos de trabajo. “Me sé, más o menos, todos los libros que hay en la Pulpería”, El más le gana al menos.

Es como sí todos los libros estuvieran en su inventario mental. Alguien llega y pregunta por Dioses, tumbas y sombras de C.W. Ceram. El librero Castellanos hace el mínimo gesto de estar buscando entre su memoria. Ni siquiera se da tiempo para terminar de tocarse la quijada, rascarse la cabeza. Toma el walkie-talkie con la izquierda y habla con alguien que está a ocho estanterías y unos cuantos miles de más allá: “Judith, un libro gordo que está en la sección de arqueología”. El más le gana al menos. La carrera de librero de Rafael Ramón Castellanos.

-Don Rafael, como le dicen los habituales de La pulpería- comenzó en 1955, cuando estudiaba periodismo en la UCV. Luego de 11 años en el negocio de los textos, fundó La Gran Pulpería del Libro Venezolano el 15 de mayo de 1964. El librero ya tiene 78 años de edad, y sigue igual de librero. “Entre el areópago, el liceo, el foro y la librería no hay diferencia”, afirma y sonríe.

Esa areópago en Sabana Grande es, para su dueño, el centro de todo. Como lo eran las pulperías de antes. “Ahí tú comprabas desde un tractor hasta medio kilo de queso. El cantautor, el poeta, el narrador, el maraquero, el guitarrista, todos iban para allá”. Castellanos, que nació en Boconó y dice ser campesino, no disimula su fascinación por ese fenómeno. Y quiere que su librería sea la pulpería de hoy, el centro de todo.

De ahí su afán por acompañar sus libros de corotos. “Por ambientar”, expresa. “las cosas son para llevar el lugar hacía lo que era la pulpería en aquellos tiempos”. Habla y despliega su colección personal sobre el escritorio, en el único espacio que no está cubierto por torres y torres de libros.

Dados, naipes viejos, una cruz de la España de Francia, las espadas de generales que regaló Pérez Jiménez, unas cartas de póquer que sacaron los estadounidense cuando invadieron Irak. De su gaveta también sale la primera edición de las memorias de Pérez y un libro de Historia Universal Impreso en 1645. “Como las pulperías de los pueblos, esta pulpería tiene de todo”.

Entran preguntando por algún libro de prosa de Baudelaire. Castellanos aparta tanta antigüedad y coroto de la mesa y va por el walkie-talkie. “Ése es un libro de tapas verdes”, dice...


Aquí hay cosas que no se encuentran en ninguna otra parte.
Gustavo Sansón
(cliente de la pulpería)
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Ángel Zambrano Cobo
Diario de El Nacional, Domingo 30 de noviembre de 2008.
Cuerpo Cultura, Sección Siete días
Pág. 8 (página completa)

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